RAZÓN AUREA

27 septiembre 2006

INICIACIÓN A LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA

Esta tarde, me dio por hacer unas fotos desde la azotea. No con un telescopio grande sino con el pequeño ETX 90, concretamente, la miniatura que se puede ver en la foto.






Por si a alguien le interesa, el procedimiento es el llamado "afocal" y que consiste en lo siguiente: se coloca la cámara, enfocada al infinito, pegando el objetivo de la misma al ocular del telescopio, anteojo, prismático, etc. Se enfoca la imagen accionando el mando del telescopio y se dispara (¡sin flash, por favor!), procurando que no se mueva... Un trípode y algo de paciencia son imprescindibles. Buena suerte.



Con este sistema se pueden hacer fotos de objetos brillantes como el Sol, la Luna y algunos planetas, en este caso, Júpiter.



A veces, algo pasa... y sale lo que sea.(Fotografìa premiada en la edicion "Fecyt 2006")

Telescopio: Meade ETX 90; 1.250mm. de focal f13.

Ocular: Plössl 26mm.

Cámara: Casio EXILIM 7.2 Mp.


11 septiembre 2006

Exposición Galería Belgambóxer. Sevilla. 2005


Exposición "SECCIÓN ÁUREA" de Nicolás Fontanillas en la Galería Belgambóxer de Sevilla en Marzo de 2005.

El cuadro: 162x162, acrílico sobre tela. Se trata de un "mosaico" de varios bastidores, todos en la proporción áurea.

SECCIÓN ÁUREA 2005


Este cuadro -60x60, acrílico sobre tela- sirvió para el cartel que anunciaba mi última exposición en la Galería Belgamboxer de Sevilla en año 2005.

SECCION AUREA




Fotos inspiradas en mi obra sobre la Sección Áurea.


José Franco, astrónomo sevillano del S. XVIII

FRAY JOSÉ FRANCO O.P.
UN ASTRÓNOMO EN LA SEVILLA DEL S.XVIII

Por Nicolás Fontanillas


No es ninguna novedad hablar, a estas alturas, del olvido que sufrían las ciencias experimentales, y en especial de la Astronomía y las Matemáticas, en el panorama científico español de los siglos diecisiete y dieciocho, precisamente cuando otros estados europeos habían experimentado un colosal avance, tanto en los aspectos teóricos como en los prácticos o tecnológicos.

Para algunos autores (1), la crisis arranca ya a mediados del siglo dieciséis, señalándose factores políticos y religiosos para las causas de este retraso a los que se añadirían las estructurales crisis económicas posteriores. En 1558, Felipe II promulga la orden que prohibe a los españoles estudiar o enseñar en universidades extranjeras. El resultado fue que en el llamado Siglo de Oro para nuestras letras y artes se produce un abandono total de las ciencias cosmológicas, con la excepción de las ciencias náuticas que, por razones obvias, tuvieron un marcado impulso en la España Moderna, e igualmente ocurre con algunas aportaciones en otros campos, como la óptica o la botánica. En el siglo dieciocho, el retraso era ya muy considerable, de forma que todavía, a mediados del siglo, las universidades estaban en manos de la iglesia; dominicos y jesuitas se repartían el monopolio de la enseñanza y, por otra parte, la mayoría de los libros de ciencias, especialmente los que trataban de temas cosmológicos, o se ajustaban plenamente al pensamiento aristotélico y escolástico o, automáticamente, pasaban a engrosar el índice de libros prohibidos.

Textos de ese tipo eran los que se enseñaban en algunas universidades científicas españolas, como el de Manuel Cedillo (2), de 1717, escrito para el Colegio de San Telmo de Sevilla, o el del mismo autor de 1745 (3), cuando ya era profesor de la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, donde incorpora tímidamente el sistema de precopernicano de Ticho Brahe. También este mismo año, se publica en Valencia la obra de Andrés Piquer (4), “Física moderna, racional y experimental” en la que, por primera vez que sepamos, se contempla en un texto español la teoría de Copérnico, con casi dos siglos y medio de retraso. Hasta 1784, F. Jacquier (5), -casi un siglo más tarde de la publicación de los “…principia matemática” de Newton-, no introduce en España la teoría de la Gravitación Universal, en un libro que se utilizó como texto en la Universidad sevillana, separada ya por entonces, del Colegio de Santa María de Jesús, gracias al plan de Olavide de 1771 (6).

Todo ello nos lleva a pensar que esta decadencia científica era especialmente palpable en Sevilla durante el S. XVIII, incluso más que en otras ciudades universitarias españolas, seguramente como consecuencia de la decadencia económica y demográfica que experimentó la ciudad en este periodo. La tradición de los estudios náuticos, tan importantes en la Sevilla del siglo dieciséis en el ámbito de la Casa de la Contratación, terminaron pasando a Cádiz donde la Academia de Guardiamarinas tomaría el relevo a la “Universidad de mareantes” sevillana y, de algún modo, al Real Colegio Seminario de San Telmo, creado éste en el último tercio del siglo XVII, cuando ya la base de la flota de Indias se había trasladado a Cádiz; no obstante, el Colegio de San Telmo era, para J. M. Cano (7), prácticamente, el único centro donde podían estudiarse Matemáticas, Geografía o Física. De hecho, según F. Aguilar (8), a mediados del siglo dieciocho, el Colegio de Santa María de Jesús -o sea, la Universidad sevillana- había quedado convertido en una institución para la formación de canonistas y médicos, y algo parecido podía decirse del Colegio de Santo Tomás de los dominicos o del de San Hermenegildo de los jesuitas.

Concretamente, desde el siglo XVIII hasta prácticamente la actualidad, la astronomía ha sido considerada meramente, como una rama de las matemáticas (9); figuras como las de los marinos Antonio de Ulloa y Jorge Juan aparecen, en cierto modo, como excepción en este desierto panorama; de ellos se suele destacar, en obras de carácter general (10), la participación de ambos en la expedición francesa al Perú para la medición de un grado del meridiano que, junto a las efectuadas en las latitudes de París y Laponia, pretendía calcular con precisión la forma del esferoide terrestre, la cual era una cuestión que ocupó a los astrónomos desde que Newton la formulara teóricamente. La Academia de Ciencias de Francia patrocinó la expedición destacando al Perú a un grupo de astrónomos encabezados por Charles Marie de la Condomine, en 1735. Allí se encontraban también Antonio de Ulloa y Jorge Juan con la misión, a su vez, de determinar el meridiano de demarcación que dividía las tierras de Portugal y las de la Corona de Española, antiguo asunto en litigio. Quizá fuera coincidencia más que otra cosa el hecho de que la expedición francesa se reuniera con la española, aún siendo evidente la utilidad que pudo tener para ambas expediciones este contacto, y especialmente para la de los marinos españoles (11); dicho todo ello sin menoscabo para la labor que éstos realizaron y que queda patente, tanto en sus obras, como en los diversos estudios realizados sobre sus trabajos (12).

En este desolador panorama llama poderosamente la atención la personalidad del padre dominico, afecto al sevillano Real Convento de San Pablo, Fray José Franco, profesor de astronomía en el Colegio de Santa María de Jesús –como ya hemos dicho, la institucion precursora de la Universidad Hispalense de hoy día-, quien ilustra todo ello en una curiosa carta que, en 1754, dirige al director de la Academia de los Guardias de Marina de Cádiz, D. Luis Gaudín, que se conserva en Archivo Municipal de Sevilla (13). Resulta que, dicho sea de paso, este Luis Gaudín –o Godín -es uno de los astrónomos franceses que acompañó a La Condomine en la mencionada expedición francesa al Perú, lo cual, de alguna forma, constata el sucursalismo que en esta y otras materias, imponía Francia sobre España y otros países europeos, dentro del marco histórico de la Ilustración (14).

Se lamenta Fr, José Franco en la mencionada carta –cito textualmente- del “menosprecio a que estaba condenada la astronomía y la matemática en España con respecto a otras vulgarísimas ciencias como la jurisprudencia, la medicina y la teología” (15), así como la poca originalidad de las obras publicadas en nuestro país,a las que ya nos hemos referido, de las que solamente y en el mejor de los casos, se reseñaban los títulos en los diarios de las academias de ciencias europeas al no encontrar nada de novedad entre sus páginas (16).

Los amplios conocimientos de J. Franco dentro de la ciencia astronómica del siglo XVIII -basados en el cálculo y la observación- le llevó a que fuera designado como coordinador de las observaciones de la ocultación de la estrella Régulus por la Luna el 23 de Marzo de 1747, resumiendo en un trabajo las observaciones efectuadas simultáneamente en Madrid, Londres, París, Bolonia, Roma y Praga; también formuló con gran precisión, las predicciones de los eclipses de 1748, 1750 y 1753 (17). De entre sus trabajos publicados destaca uno referente a la observación del eclipse de Luna del 2 de Noviembre de 1743, impreso en Sevilla (18).

Volviendo a la mencionada carta, continua J. Franco lamentándose de las muchas dificultades que encuentra para la investigación astronómica y de lo poco y mal que entienden a Newton muchos científicos de su tiempo; también se avergüenza nuestro fraile de los terribles yerros en que caen algunos autores españoles que publican tablas para el ajuste de horas (19) sin tomar en cuenta la refracción atmosférica, fenómeno conocido desde la antigüedad aunque no fuera evaluado hasta finales del siglo XVII; (todavía un siglo más tarde, y especialmente referido al grado de humedad y la temperatura de la atmósfera, Augusto Comte considera que no había sido suficientemente estudiado (20)). Todo ello, según José Franco, tiene una gran importancia –aparte de la puramente astronómica- relacionada con “el gran daño que puede ocasionar el error cronométrico de la medianoche obtenida por tan falaces tablas para asuntos como el ayuno, la abstinencia y las comuniones”, que cómo los más viejos recordarán, regían desde la media noche anterior.

Y es en estos comentarios donde se nos revela la otra cara de este fraile de la Orden de Predicadores –tan identificada con el Santo Oficio- pues nos resulta difícil imaginar cómo, en una misma persona, podían convivir juntos el científico y el predicador dominico. En este sentido y a título anecdótico, Fray José Franco dice haber demostrado, que Jesús de Nazaret murió un 25 de Marzo, (21) y, por otro lado, aplicando la precesión de los equinocios a los datos bíblicos, atribuye al Mundo la edad de 6.950 años exactamente; redactado en el más delicioso estilo escolástico de la Orden de Santo Domingo (22).

Sin duda este personaje tan pintoresco merece un más profundo estudio que, de paso, contribuirìa a completar nuestro conocimiento sobre el estado de las ciencias puras durante el S. XVIII sevillano.


Sevilla, verano de 2006.





Nota bibliográfica.

1. J. M. Cano Pavón, La ciencia en Sevilla (siglos XVI-XX), Sevilla, 1993.
2. P. M: Cedillo, Compendio del arte de la navegación, Sevilla, 1717.
3. P. M. Cedillo, Tratado de Cosmografía y Náutica, Cádiz. 1745.
4. A. Piquer, Física moderna, racional y experimental, Valencia, 1745.
5. F. Jacquier, Instituciones Philosophicae ad studia theologica potissimun accommodator, Valencia, 1784.
6. P. de Olavide, Plan de estudios para la Universidad de Sevilla (edición de F. Aguilar Piñal), Barcelona, 1969.
7. J. M. Cano Pavón, O.C.
8. F. Aguilar Piñal, Historia de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1991.
9. J. Franco, Época de la creación del Mundo…, Sevilla, 1751, Archivo Municipal de Sevilla A. M. S., sección 11 en cuartos, tomo 17, nº 36.
10. A. T. Arcimis, El Telescopio Moderno, tomo 2, Barcelona, 1879.
J. Comas Solá, Astronomía, Barcelona, 1965.
11. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Disertación histórico y geográfica…, Madrid, 1749.
12. A. Giner, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Revista General de Marina, Madrid, 1949.
13. A. M. S. Papeles del Conde del Águila, tomo 46, en folios.
14. Todavía en 1780, tenemos en la Escuela de Matemáticas de la Sociedad
Económica de Sevilla a don Pedro Henry, también francés, (A.M.S., Papeles del Conde del Águila, tomo5, en cuartos, nº 23), si bien es verdad, en el mismo archivo y sección, en el tomo 61, en folios, nº 45, nos encontramos una Real Orden de 1727, concediendo S. M. facultad para enseñar matemáticas en el Colegio Mayor Santo Tomás de Aquino, de Sevilla a F. Pedro Vázquez Tinoco.
Parece que los resultados de la mencionada escuela fueron aceptables, contando entre sus alumnos a Alberto Lista. (F. Aguilar Piñal, Alberto Lista, estudiante de matemáticas, Sevilla, 1961.
15. Se entiende que el calificativo de vulgarísimas no lo emplea J. Franco en sentido peyorativo.
16. En concreto hace referencia a las academias de París y Trevoux.
17. A.M.S. Papeles del Conde del Águila, tomo 46, en folios, nº 48.
18. J. Franco, Lunaris eclipsis observatio, Sevilla, 1744. Existe un ejemplar en el A.M.S., sección 11, tomo 46, folio nº 48.
19. Se trata, según refiere J. Franco en su carta, a la Tabla de los ortos y ocasos del Sol para el meridiano de Cádiz para el ajuste de los relojes de ruedas en cualquiera día del año…, por D. Antonio Taveau y Quesada.
20. Augusto Comte, Traité Philosophique d’Astronomie Populaire, Paris, 1844; 2ªparte, capítulo 2º.
21. Carta citada.
22. J. Franco, Epoca de la Creación del Mundo…, 1751, A.M.S., Papeles del Conde del Águila, sección 11 en cuartos, tomo 17, nº 36.

09 septiembre 2006



Tubo newton se 310mm a f5, construido por mi mismo. Montura EQ6 Go To de Sky Watcher.

(Desde la azotea de la calle Teodosio. 2006).



Foto tomada el 4 de julio de 2006 desde el Mercantil de Sevilla.

Telescopio. Meade ETX 90

Método: afocal, ocular de 25mm.

Cámara: Casio EXILIM 7.2 Mp.

Exposición: automática.

FE Y RAZÓN

"La fe consiste en creer lo que uno sabe que es imposible"

No recuerdo muy bien quien dijo esto, pero me parece una buena aproximación al concepto de la fe que, por otra parte, la Iglesia Católica define como una "gracia", un don divino. Se entiende, por lo visto, que no se necesita ninguna gracia especial para creer en lo que es posible, pero como quiera que "creer en algo que uno sabe que es imposible", es, a su vez imposible, o bien se puede tener fe de que se tiene fe, o bien que tener fe es imposible.
Creemos que existen personas que tienen una fe sincera del tipo que sea, pero suponemos que lo que sucede es que tienen fe en que tienen fe. Yo tambien tengo fe en que estas personas tienen fe, aunque en el fondo, yo crea que tener fe es imposible, aún así creo en su sinceridad.
Esta es mi particular forma de tener fe: creer que tener fe es imposible, o sea que no existe tal cosa; lo cual viene decir que, en realidad, la gente que tiene fe, realmente no cree en lo que cree, pero como, al mismo tiempo, les creo sinceros y honestos, no cabe otra posibilidad que la de que sean solamente objetos, más que sujetos, de la fe, de donde se deduce que el objetivo de la fe es conseguir crédulos y no creyentes.